“Díaz del Castillo indica que había en el mercado un lugar reservado a los cueros de jaguares, pumas y venados, entre otros, de lso que señala que estaban “adobados2 y “sin adobar”. Los curtidores usaban la ‘yenda [excremento] de hombres que se vendía en el propio mercado para realizar su especialidad’. Trabajaban maravillosamente las pieles y lograban suavizarlas de tal manera que, según los cronistas, se podían hacer guantes con ellas.
Las pieles tenían múltiples usos, algunos de ellos muy importantes patra los rituales y la preservación del conocimiento. Muchos de los códices se elaboraron sobre esta clase de soporte, para lo que seguramente se seleccionaban las mejores, especialmente las de venado. Las pieles de venado llegaban como tributo a Tenochtitlan desde la provincia de Tepeaca. Se entregaban 800 una vez al año. En el Códice Mendocino se representan extendidas.
Otro tributo digno de ención era el que llegaba de la lejana provincia de Soconusco, que aportaba 40 pieles de ocelote al año. Su entrega implicaba el trabajo tanto de los cazadores como de los curtidores que las preparaban; según la pictografía se entregaban completas. Con pieles de ocelote se elaboraban las sandalias de los nobles” (Mohar, Manos Artesanas, 1997, pp. 73-74).