“Esta gente atribuía el viento a un dios que llamaban Quetzalcoatl, bien casi como un dios de los vientos. Sopla el viento de cuatro partes del mundo por mandamiento de este dios, según ellos decían; de la una parte viene de hacia el oriente, donde ellos dicen estar el paraíso terrenal al cual llamaban Tlalocan, (y) a este viento le llamaban tlalocáyotl; no es viento furioso, cuando él sopla no impide (a) las canoas andar por el agua.
El segundo viento sopla de hacia el norte, donde ellos dicen estar el infierno, y así le llaman mictlampa ehécatl, que quiere decir el viento de hacia el infierno; este viento es furioso, y por eso le temen mucho; cuando él sopla no pueden andar por el agua las canoas y todos los que andan por el agua se salen, por temor […]
El tercer viento sopla de hacia el occidente, donde ellos decían que era la habitación de los dioses que llaman Cihuapipiltin; llamábanle cihuatlampa ehécatl, o cihuatecáyotl, que quiere decir, viento que sopla de donde habitan las mujeres; este viento no es furioso, pero es frío, hace temblar de frío; con este viento bien se navega.
El cuarto viento sopla de hacia el mediodía y llámanlo huitztlampa ehécatl, que quiere decir, viento que sopla de aquella parte donde fueron las diosas que llaman Huitznahua; este viento en estas partes es furioso y peligroso para navegar. Tanta es su furia que algunas veces arranca los árboles, y trastorna las paredes, y levanta grandes olas de agua; las canoas que topa en el agua échalas a fondo, o las levanta en alto; es tan furioso como cierzo o norte” (Sahagún, op. cit., 1975, Lib. VII, Cap. V, p. 435).