Para consumir los alimentos, además de las piezas de alfarería, se usaban jícaras y tecomates.
Las jícaras, hechas de corteza de calabazos, se pulían y untaban con preparaciones especiales para hacerlas relucir; los artesanos las decoraban con dibujos, o simplemente rayándolas y raspándolas. Las pintaban con ají y con huesos molidos de zapotes amarillos; finalmente, para endurecerlas, las curaban con humo y las colgaban sobre un fogón. Servían lo mismo para lavarse que para beber, o como recipientes para salsas. (Mohar, Manos Artesanas, 1997, pp. 71-72).